Miguel Gutiérrez-Garitano, escritor y miembro de la Ertzaintza.
Como miles de paisanos el día 11 de este mes asistí esperanzado a la
presentación del Plan de Paz y Convivencia del Gobierno Vasco. Aunque, como
todos, tengo mis sinergias políticas, no es mi intención entrar a valorar todos
los puntos que lo caracterizan, a excepción de uno. Soy ertzaina y no pude
evitar sentir una profunda amargura al leer las alusiones al colectivo de la
Ertzaintza que recogía el citado plan. El escrito hablaba de la necesaria
creación de un compromiso social
de la Policía Vasca con los Derechos Humanos. El Lehendakari ha matizado que no
duda de la Ertzaintza y ha enmarcado este paso en el plan estratégico que
Seguridad está elaborando para adaptarla al nuevo tiempo sin ETA. Dicho Plan
estratégico, que prevé alcanzar los objetivos en 2016, se sustenta en cuatro
ejes el primero de los cuales consiste en " alcanzar un alto nivel de
reconocimiento social por su cercanía y eficiencia".
La pretensión del Gobierno Vasco, en este sentido, es loable. Es su deber
buscar la convivencia de los ciudadanos de Euskadi, y adaptar todos los
estamentos del Gobierno, Ertzaintza incluida, a una época nueva, que ya no
requiere de las mismas respuestas que aquella en la que el asesinato era moneda
corriente para quienes opinaban en contra de la serpiente y el hacha. Dicho
Plan, además, nace con la vocación de lograr la cuadratura del círculo y reunir
a las distintas sensibilidades bajo la enseña de la paz. Soy consciente de todo eso, pero no
puedo evitar sentir tristeza al ver ese compromiso de la Ertzaintza con los
Derechos Humanos, como uno de los pasos a dar. ¿Acaso no estaba comprometida la
Policía Vasca con los Derechos Humanos? Pocos colectivos han sufrido más, o se
han movido, durante décadas, bajo mayores presiones y han mantenido, pese a
todo, esa imparcialidad y ese respeto. Leía las líneas del Plan de Paz y
recordaba a mis compañeros asesinados y a aquellos a los que les han quemado el
coche, amenazado (a ellos y a sus familias) y violentado de muchas maneras. Recordaba
alguno de los momentos terribles en los que, a pesar de todo, triunfó la sangre
fría que corresponde a un verdadero profesional, a un policía democrático.
Cuando entramos en la Academia de Arkaute sabíamos que esta labor conllevaba la
marginación; nadie nos lo va a agradecer nunca, sino todo lo contrario.
"Perros", "cipayos" "traidores" nos llaman. En
canciones que bailan los chavales en las verbenas y a gritos, en todas partes.
A pesar de eso, trabajamos y trabajaremos todos los días para mantener la paz y
la convivencia en Euskadi. Nuestro trabajo será para todos, aún para aquellos
que, por motivos políticos o de otra índole, no nos quieren. Es nuestro
compromiso y si nos lo piden, lo renovaremos. Así lo juramos y lo cumpliremos.
Pero déjenme la gracia de una última petición: incluyan en ese compromiso a los
miembros del Parlamento Vasco, donde hay y había personas que apoyaron o se
lavaron las manos ante actos que atentaban contra los Derechos Humanos. E
incluyan a los intelectuales. A los escritores que callaron y a los decanos,
profesores y estudiantes de la Universidad
que, ya por miedo, ya por otras causas, hicieron mutis por el foro. O mejor:
adquiramos todos ese compromiso, terminaremos antes.