lunes, 1 de julio de 2013

PEQUEÑO GRAN LIBRO (En la despedida de Gesto por la Paz)

Vicente Carrión Arregui, profesor de Filosofía



Áspero, rígido, descolorido….no sé si el libro de Ana Rosa Gómez Moral, “Un gesto que hizo sonar el silencio”, habría llegado a mis manos de no habérmelo encontrado en el buzón junto a “Enhorabuena”, el testimonio gráfico editado por Gesto por la Paz al final de su andadura. Estamos tan aburridos del tema, hemos dedicado tanto tiempo a explicarnos lo inexplicable que no apetece seguir hurgando en la herida. Ya saben, el silencio atroz de la gente buena que dijera Gandhi.


Aún así, agradecido por la deferencia del envío, empecé a leerlo sin mayores entusiasmos pero pronto no pude hacer otra cosa. Huyendo del tono grandilocuente de los panegíricos al uso, Ana Rosa nos trasmite sus vivencias juveniles ante la represión franquista, la desmantelación industrial y las celebraciones de la muerte de Carrero hilándolas con las reflexiones universitarias, políticas, éticas y literarias que le acercaron a ese puñado de jóvenes que conformó Gesto por la Paz allá por el 85. En la exquisita compañía de Camus, Zweig, Benjamin o Zambrano, entre tantos otros autores cuyas atinadas citas enlazan sus reflexiones íntimas con nuestra delirante historia reciente, Ana Rosa nos hace partícipes de ese “pudor por lo que dirían los demás” que hubo de vencer para exteriorizar con quince minutos de silencio esa protesta cívica del día siguiente a cada atentado con la que Gesto fertilizó nuestras conciencias.

Luego el relato adquiere tintes de novela negra. No ya por lo perverso de la trama sino por la intensidad con que vivimos el acoso de las contramanifestaciones, el contacto personal con la vivencia de las víctimas, el lazo azul, la liberación de Ortega Lara, el asesinato de Miguel Ángel Blanco, la ovación por el “Príncipe de Asturias”, la dividida manifestación en memoria de Buesa, en fin, la historia más reciente de nuestro desdichado país narrada desde la “convivencia productiva” de quienes día a día imaginaban formas inverosímiles de protesta para llamar la atención sobre ese secuestro, ese crimen, esa persecución, esa tortura, esa brutalidad que a todos nos amenazaba con deshumanizarnos si no buscábamos un resquicio para la esperanza.  Y de entre tantos momentos emotivos que Ana Rosa reseña, una mención especial para las palomas mensajeras que presagiaron la liberación de Aldaia desde la cima de Urkiola.

Pero además del calor narrativo de su relato – y ya no me refiero solo a sus citas-, Ana Rosa nos plantea una reflexión muy sugestiva y polémica respecto a la reacción popular ante el crimen de Miguel Ángel Blanco y sus consecuencias. Lejos de mostrar entusiasmo por la indignación colectiva que suscitó, se atreve a comparar los rostros crispados de quienes protestaban ante las sedes de Herri Batasuna con el de los contramanifestantes abertzales que habían soportado en sus concentraciones por la libertad de Iglesias, Aldaia y Ortega Lara. “Las caras desencajadas se parecen en la instantánea muda”, dice en la página 125, y ahí arranca según ella el “largo desolato” del temido enfrentamiento civil azuzado por el pacto de Lizarra, de un lado, y de quienes amenazaban con dar al traste con los esfuerzos de Gesto por mantener la lucha ética contra la violencia al margen de las ideologías políticas.

Es en este tramo del libro donde creo que Ana Rosa pierde un poco su tono discreto y vivencial, cuando arremete contra “esos foros y grupos generalmente liderados por intelectuales que vinieron a recoger el fruto para llevarlo a sus derroteros” (Pag. 126); hermeneutas de nuestra sociedad (…) que empezaron a considerar que Gesto por la Paz debía ser superado por otros movimientos sociales como Basta Ya, Foro Ermua o Poro por la Libertad (…) el único mérito que reconocían a Gesto era el de haber sido el primero, nada más” (pag.156). Entiendo el malestar de Ana Rosa por tanta incomprensión y tantos ataques como ha padecido Gesto, ya por quienes les tildaban de “viejas que salían de misa” y de “tontos útiles” o les acusaban de tibieza moral por protestar ante las muertes de los propios etarras o denunciar las torturas. Como ella misma cita al final del libro, “el bien regresa, tranquilamente, sin prisa…” (Zagajewski)  (a mi entender: la historia y la vida nos pone a cada uno en su lugar) , por lo que no hay razón para que nadie patrimonialice los frutos de la larga, dura y sórdida lucha contra el terrorismo, que ni empezó en 1985 ni ha terminado con la tan meritoria disolución de Gesto en 2013. En cualquier caso, es un deleite leer a Ana Rosa Gómez y sería muy deseable que este pequeño gran libro encontrara una difusión más amplia para ocupar el lugar que merece en nuestra historia reciente y en nuestras conciencias.      


            

                                                                                  

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