miércoles, 3 de julio de 2013

¿Que no hay alternativas?

Óscar Rodríguez Vaz. Vitoria-Gasteiz. @rvoscar



Para salir del atolladero en el que nos ha metido la política de austeridad, más austeridad, junto a más recortes y más impuestos (a los trabajadores y clases medias, ya en peligro de extinción). Esto es lo que nos “recomendó” Bruselas, después de que el Fondo Monetario Internacional dibujara unas perspectivas aún peores de las previstas para economía española en los próximos años. El Gobierno de España se puso inmediatamente manos a la obra. Y ahora, apenas un mes después de aquellas recomendaciones, y con la reforma de las pensiones ya en el horno, el FMI vuelve a la carga, pidiéndonos bajadas salariales y ahondar en la reforma laboral.

Es indignante ver cómo se aplica “urbi et orbi” una política que está resultando nefasta para las PYMES, que no dejan de echar la persiana con pedidos sobre la mesa que la falta de créditos invalida, y para las familias, que ven cómo van reduciéndose el número de sus miembros que aguantan en el mercado laboral. Una política que está resultando nefasta para la mayoría de la gente, especialmente para la más necesitada, agrandando la brecha entre ricos y pobres e incrementando el número de estos últimos. Como muestra, un botón: el último informe de Cáritas indica que en torno al 21% de la población en España vive con en lo que llaman pobreza “relativa”, con 7.300€ al año; y que más del 6% vive en pobreza “severa”, cobrando 3.650 € al año.

Pero es aún más indignante tener que escuchar que la política que se está aplicando es la única posible, que no hay alternativas, cuando la Historia y los datos demuestran que no es cierto.

En cuanto a la Historia, todos los días, economistas de reconocida y premiada reputación, a la luz de lo ocurrido en el mundo en los años 30 y de todos los estudios posteriores, nos vienen presentando las claves del tipo de políticas que deberíamos seguir para salir de esta crisis, que no coinciden con las que recomienda la Troika.

En cuanto a los datos, todos ellos indican que a más austeridad, más paro y más pobreza. La austeridad retrasa la recuperación, como se vio obligado a reconocer en enero el propio FMI, puesto que  por cada punto de ajuste fiscal, se reduce el PIB entre 0,9 y 1,7 puntos. En España esto se se está viendo clarísimamente, porque la recesión se ha agudizado en aquellas regiones que más redujeron el déficit.

Parece evidente que así no saldremos de la crisis. Indudablemente, hace falta un plan de choque a corto plazo. En ese sentido, hay que saludar el reciente acuerdo entre los grandes partidos para defender una posición común en Bruselas en las próximas semanas. Y también parecen lógicos los planteamientos de quienes defienden que no haya recortes en Educación o Sanidad, una reforma fiscal y una eficaz lucha contra el fraude, o una revisión “a la baja” de las estructuras institucionales.  

¿Pero bastará con esas medidas de choque pensando en el medio y largo plazo? Yo creo que no. Y son cada vez más quienes defienden que no, que el actual modelo está agotado y que hace falta un cambio estructural, un cambio de modelo. En este sentido, es muy interesante la tesis que plantea Christian Felber, que está estos días por Euskadi, en su “Economía del bien común”.

Afirma el autor austríaco, que debemos cambiar los ejes sobre los que se mueve la economía: hoy se mueve en el eje competencia-beneficio, y como alternativa se plantea que habría de moverse en el eje cooperación-bien común. La razón es sencillamente demoledora: cuando hay competencia, unos ganan y otros pierden, mientras que cuando hay cooperación, todos ganan; cuando se busca el beneficio, inevitablemente alguien tiene un perjuicio, algo que no ocurre si se busca el “bien común” (cuya búsqueda se instaura literalmente la mayoría de las constituciones de los países “avanzados”).

La tesis fundamental, es que sin necesidad de que se operen cambios a nivel global o regional, podemos empezar a cambiar el mundo por nuestros pueblos, ciudades o territorios, convirtiéndolos en lugares del “bien común”. Y lo podemos empezar a hacer, por ejemplo, aplicando medidas de transparencia radical en la empresa y en los etiquetados de sus productos, de forma que quien consume sepa el máximo de detalles sobre los mismos. Por ejemplo, otorgando mayores ventajas fiscales a aquellas empresas que menor huella ecológica dejen o castigando a aquellas que empleen mano de obra infantil en su producción, y así conseguir algún día que los productos ecológicos o los de comercio justo sean más asequibles que el resto. Por ejemplo, fomentando los proyectos cooperativos, que no pasen por eliminar a la competencia. Por ejemplo, ayudando a las empresas con menor diferencia salarial entre el jefe y el último empleado, o a aquellas que hagan copartícipes de sus decisiones a un mayor número de trabajadores. Por ejemplo, haciendo que nuestros ayuntamientos tengan en cuenta en sus concursos públicos requisitos como los enunciados, de forma que quienes no los cumplan se vean incentivados a mejorar sus prácticas.

Podría poner más ejemplos de este tipo de parámetros, así como de la metodología que Felber y su equipo han ideado en los últimos años (y aún hoy siguen perfeccionando) para medir su cumplimiento. También son ya varias las empresas e instituciones que están empezando a regirse por estos parámetros. No se trata pues de ninguna ocurrencia.

Hay quienes dicen que no hay alternativas, pero hay experiencias que permiten combatir el fatalismo de quienes defienden esa tesis. Hay alternativas y son reales. También hay quienes dicen que el planteamiento del “bien común” es utópico. En esto estoy más de acuerdo, probablemente lo sea. Pero, como ya aclaró el poeta, “la utopía sirve para caminar”. Pues eso.

(Publicado en El Correo - Álava, 27.06.13)

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