domingo, 7 de octubre de 2012

Ellos, nosotros

Denis Itxaso. Donostia. (denisitxaso@gmail.com)

A la hora de hacer el balance de lo bueno y malo que ha acontecido en esta Legislatura vasca que ya va tocando a su fin, parece haber absoluto consenso en distinguir dos aspectos fundamentales de la vida pública: por una parte está la gestión de la crisis, con todas las ramificaciones que se quieran incluir, pero básicamente resumidas todas ellas en el análisis de cómo se han gestionado los gastos y cómo los ingresos. Por otra parte, -la que en este post quiero desarrollar-, parece ineludible reparar en todo lo que tiene que ver con la convivencia, en un país enormemente plural en lo identitario y cultural, y que ha arrastrado hasta anteayer un lacerante problema de violencia ideológica.
El trasfondo sobre el que se han dibujado estas singularidades políticas, nos habla de una comunidad próspera y moderna, con altos índices de desarrollo humano y tecnológico, y capaz de generar excedentes económicos para reequilibrar desde valores de equidad y solidaridad, las persistentes diferencias sociales con las que convivimos.

Creo sinceramente que, si uno echa la vista atrás, tanto la otrora militarización de las conciencias como el nivel de crispación política, han disminuido notablemente durante los últimos tres años. A ello ha contribuido definitivamente el fin de ETA, aunque pueden remarcarse algunos otros ingredientes que también han jugado un papel importante.

El Gobierno socialista de Patxi López ha ejercido de fronterizo en todo lo que tiene que ver con las identidades. Ha rebajado la carga emocional, que a veces tanto pesaba, de muchas de las políticas culturales, lingüísticas, educativas o simbólicas que antes estaban presididas por una eterna polémica. Disquisiciones metafísicas sobre lo que somos, lo que deseamos, lo que fuimos o lo que soñamos, han quedado reservadas al ámbito legítimo de lo privado. Los sentimientos de pertenencia, en toda su amplia y variada graduación, sólo habían provocado en el pasado enfrentamientos que nos impedían avanzar en el mutuo reconocimiento de lo que somos unos y otros. De la intrínseca pluralidad de la sociedad vasca, al fin y a la postre.

Por eso me da pena y rabia leer eslóganes de campaña que dicen 'somos más del 51% los que nos sentimos vascos y españoles' u otros que dicen 'si tú no vas, ellos ganan', en referencia al ejercicio del voto. Ese ellos, ese nosotros, ese más del 51%, contiene unas implicaciones nefastas en Euskadi. ¿De qué estamos hablando? ¿De Hutus y Tutsis? ¿De católicos y protestantes? ¿De judíos y musulmanes? ¿Es ese el modelo de convivencia que deseamos para Euskadi? Sinceramente creo que tras la denominación de 'Constitucionalistas' no se pueden ni se deben mezclar opciones políticas que amparen ese tipo de visiones, que sólo aportan material inflamable a los frágiles equilibrios que de forma cotidiana la gente acostumbra a hacer en este País.

Por eso creo que el papel de lo fronterizo, de lo empático con el diferente, del respeto a la diferencia, de la convivencia en definitiva, debe seguir cultivándose, por mucho que aún haya partidos que interpreten las campañas como una barra libre para cualquier recurso que permita arañar votos o pescar en caladeros cautivos. Yo pensaba que el PP vasco había comenzado hace tiempo a representar posiciones más templadas y responsables que las enarboladas en el pasado por Mayor Oreja o Iturgaiz. Por favor, recuérdense los resultados políticos de aquella estrategia.


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