martes, 30 de octubre de 2012

Euskadi: sin suelo

Por Aurelio Romero. Vitoria-Gasteiz

Cuando la radio anunció que los seguidores de EH-Bildu habían comenzado a entrar en el polideportivo de La Casilla, en Bilbao, a los más o menos viejos del lugar el estómago se les dio la vuelta, como si aquel taxi que los llevaba hasta el hotel hubiese frenado en seco. Comprendieron de sopetón que muchas cosas habían cambiado en un período de tiempo que parecía corto, el que va desde las manifestaciones de los 1 de mayo beligerantes y de clase con UGT y CC.OO a la cabeza, a esta tarde de cierre de mesas electorales de 2012, poniendo fin a una campaña que el Partido Socialista de Euskadi–Euskadiko Eskerra abría gobernando en Euskadi y con un escenario minimalista en blanco dentro de un hotel, en plena zona residencial de Vitoria–Gasteiz.

La “ocupación” de La Casilla por los candidatos de EB-Bildu, segunda fuerza electoral en resultados y a un paso por primera vez del mayoritario PNV, arrojaba al interior del taxi múltiples preguntas sobre la evolución de la sociedad vasca, el día de las primeras elecciones sin armas a la vista y a un año de lo que nadie llama aún rendición de ETA. Preguntas sobre por qué había calado el mensaje del cambio sobre los modos y contenidos de la política, sobre cómo evitar que ahora la calle se inunde de nuevo del grito euskaldun de “independentzia” a la vez que Mas esconde su fracaso en Catalunya tras un grito similar y el Bloque se divide en Galicia para ascender al viejo y hasta ahora denostado Beiras. Y preguntas, en fin, de por qué los socialistas han olvidado que sufrieron la peor de las persecuciones del terrorismo para luego sólo tímidamente recordar que “yo estaba allí”.

El concepto político de descalabro es como la purga de fierabrás, duele pero se olvida. El descalabro del PSOE del que se habla hoy en Euskadi, donde se quiso gobernar en minoría sobre un escenario político virtual, o en Galicia, donde todo parece condenado a que sólo Paco Vázquez ejerciese real poder en el partido y en las urnas simultáneamente, ese descalabro es probablemente el dato menos relevante, aunque tenga múltiples lecturas sobre la resistencia del PP, la validez de sus política regresivas, las alternativas imposibles….. Lo más significativo de los resultados del 21-N en Euskadi especialmente –el PSdG-PSOE aún anda rematando y esquivando cadáveres políticos desde el mutis por el foro de Emilio P. Touriño- es que se ha demostrado que, después de un tsunami como el vivido con Zapatero, no se construye una casa sobre el agua con los restos del desastre.

Los resultados para el PSE-EE hablan de un “suelo” imposible de adivinar, porque siempre se pensó que Bildu y sus componentes aún no han recibido la absolución de sus pecados como para merecer el triunfo. Hasta que llegó el 15-M, el de las elecciones autonómicas y municipales, y los herederos de Batasuna llegaron a cotas del 25,6% mientras en Moncloa las cabezas más cercanas a Zapatero suponían que obtendrían solo un 10,5% de votos. Aquel presagio y este resultado de hace pocos días les une el mismo desconocimiento.

Metidos en el diagnóstico, ya hay quien dice desde la cabeza del PSE-EE donde Patxi López refugió su candidatura, en Álava, que “se han salvo los muebles”, que “el escenario es diferente al de anteriores elecciones porque la izquierda abertzale cambia los resultados de los demás con su presencia”…. Hubo una izquierda a la izquierda del PSE presente en el Parlamento que ahora se renueva, la participación permanece prácticamente estable respecto de la anterior convocatoria para presidir el Gobierno vasco, y según los datos conocidos, la llamada al voto nulo o la abstención en aquella ocasión por parte del ahora EH-Bildu no tuvo especial eco.

No hay dudas sobre cómo consigue EH-Bildu su resultado electoral, llamativo resultado, en 21-N. Con su propia cantera de votos, los que resta al PNV, que fue el “mal menor“ de muchos y su capacidad de convocatoria, cuasi militar. La pregunta que más duele es cómo consigue el PNV su resultado, que le permite gobernar aun siendo minoría en un país de minorías políticas. Duele porque hay un desvío evidente de votos al PNV desde el PSE-EE y, está por ver, del PP. Y, en todo caso, son esos votantes de entonces los que cubren el magro de la abstención, que, siendo prácticamente igual numéricamente, es muy diferente en cuanto a la tipología de quienes la componen.

Es ahí donde comienza la respuesta a la pregunta sobre cuándo se abandonó La Casilla, sobre si el eco del balance Zapatero es la causa nuevamente o si, como algunos creen, la realidad es inevitable aunque se la retuerza para formar gobiernos de conveniencia histórica. Respuestas sobre la necesidad de hacer coexistir la presencia en las instituciones con la presencia en la calle, junto a los ciudadanos, todos en general y, especialmente, en los lugares de intención de voto más probable. Respuestas, en fin, sobre si tanto análisis sociológico sobre Euskadi no ha advertido que los pueblos olvidan con prontitud y, más aún, a los que gobiernan, solo gobiernan.

Galicia y Euskadi han sido los pioneros en cristalizar una nueva izquierda que gritaba desde el 15-M, con el 15-M, mientras la izquierda tradicional hacía guiños de pana o cuello Mao para acercarse a ella. Una nueva izquierda que ha rentabilizado el impulso identitario, de nuevo, para situarse en o cerca del poder real, y un mensaje social para lo político, lo económico y lo institucional. Un mensaje al que el PSOE no ha podido llegar, achicando agua aún o preparando nuevos salvavidas.

Aquel anochecer en que Rodolfo Ares, como coordinador de la campaña electoral del PSE-EE, advertía de que el adversario no era el Partido Popular sino el Partido Nacionalista Vasco, pocos pensaban que se estaba refiriendo a un crecimiento posible y resultado favorable a costa de la izquierda abertzale, que antes le había prestados votos y escaños en un ejemplo de buena relación familiar. Nadie entendió que hablaba de votos socialistas o que votaron PSE-EE anteriormente. Desde el escalón más alto de la coordinación electoral, ha tenido una visión fácil sobre el movimiento del suelo, el político en general de Euskadi, y especialmente el ahora más que nunca inimaginable nivel donde el voto socialista deja de perderse.

La última pregunta y su respuesta es si Euskadi ha cambiado tanto como para que La Casilla la alquilen otros ahora o si son los conceptos que definieron siempre al socialismo –es tiempo de identidad- los que han perdido fuerza, si no sentido, en tiempos de crisis; si esa lejanía practicada respecto de la sociedad provoca sordera en tornos a conceptos anclados en su historia y que la sociedad repite a gritos: honestidad, cercanía y contundencia.

El arranque de campaña en el barrio gasteitzarra de Armentia fue el toque contra la abstención, cuando aún se era gobierno. Patxi López ha anunciado su deseo de renovar en y desde la secretaría general y ha desmentido a quienes, desde el propio PSE-EE, deslumbrados por la derrota, llegaban a enaltecer la relativa bondad del resultado, el de la mera presencia. Más vale así. Con ese entusiasmo de algunos y en la oposición, el riesgo es el anonimato.

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