jueves, 20 de junio de 2013

Europa se la juega

Aurelio Romero Serrano. Vitoria - Gasteiz. @romero-nomada
Europa está en pecado mortal con los ciudadanos, especialmente los de países periféricos y del sur de continental, donde ha concitado la mayor crisis económica y de derechos sociales desde la postguerra. Es esa misma Europa, que ya roza la recesión en el centro de mayor poder económico actual como es Alemania, la Europa que más puede perder si en las próximas elecciones de finales de mayo de 2014 se recoge un cesto importante de votos euro-escépticos o antisistema. Pero el riesgo será más grave si la derecha comunitaria consigue la mayoría en el Parlamento, como las encuestas comienzan a anunciar. El Parlamento europeo tiene en su entraña el topo de los mercados que no desean una Europa diferente. Si vencen, es Europa la que no sirve, con o sin crisis.
Martin Schultz, presidente del Parlamento Europeo
En estos años hemos sufrido las consecuencias de aquel erróneo apoyo a Portugal para elevar a presidente de la Comisión Europea a Joâo Barroso, quien ha demostrado su incapacidad para pilotar ese monopolio de poder sin control que es la Comisión. También ha ido quedando en claro la ambición de la derecha financiera globalizada por apurar los recursos de los países  más débiles, y aún no está claro que a ningún Estado miembro de los que jugaron a favor de corriente, como Alemania, les haya ido bien ese modo de gobierno ”por encargo” que en unos lados encontró aliados y, donde no pudo, los impuso. Sin embargo, la histórica alianza entre derecha y finanzas en todo el mundo no ha dejado ver a la Unión Europea su indefensión como organismo frente a la previsible decisión de que el poder financiero pudiera saltar por encima de la voluntad de los partidos de la derecha del Parlamento y desarrollar sin  ningún pudor su estrategia de invasión del espacio político.
DERECHA VERSUS IZQUIERDA
La dialéctica derecha/izquierda como eje de las campañas en todas las convocatorias de comicios europeos se ha demostrado insuficiente casi desde el comienzo del siglo XXI, a lo que se añadió, primero, el autismo de los gobiernos frente a la crisis y, después, la debilidad o falta de energía para imponer el funcionamiento democrático de los países incluso donde ha gobernado la derecha con mayorías absolutas; gobiernos que hemos visto caer de un lado a otro del arco parlamentario con iguales resultados, económicos, políticos y, desde luego, sociales.
Desde los nacionalismos se ha impulsado el euroescepticismo que genera la incapacidad o insolvencia para presentar alternativas con peso específico en una Europa de intereses y, en cada convocatoria electoral, la defensa de su idea de la “Europa de los pueblos” no ha dejado de ser un discurso para el interior, a la vez que la Europa presente se disgregaba a pasos de gigante. Cuando aún falta un año para las próximas elecciones al Parlamento Europeo, el nacionalismo ya avanza su idea de reeditar la fórmula de la alianza electoral con la que repetir el mismo erróneo esquema que solo lleva al triunfo de la derecha, aunque es cierto que esa es una realidad que al nacionalismo no le desagrada, más allá de los discursos de las identidades en la Europa de los intereses globalizados. Esa Europa de los pueblos es el planteamiento más utópico de hoy día, cuando la fortaleza política que arropó a los países exige cesión de soberanía como forma de fortalecer el conjunto. Pero la Europa de las naciones ha demostrado ir a remolque de la historia y ha sido subsumida por la globalización como cualquier otra instancia.
LA DERECHA JUEGA CONTRA EUROPA
En estos años de crisis e imposición de políticas económicas que ha avasallado gobiernos y derrumbado tótems como el del estado de bienestar, que venía siendo una de las señas de identidad real de Europa desde hace tres cuartos de siglo años, la Europa ampliada ha demostrado que el poder de la mayoría de la derecha en su seno y en los Estados miembro ha jugado contra ella misma, contra su fortalecimiento mientras iba abriendo sus brazos y recursos a nuevos países de la Europa destrozada por esos mismos nacionalismos. Ha hecho evidente su incapacidad como estructura de poder frente a las oligarquías financieras y los países más reticentes a la existencia de una Unión con futuro real. Y nos ha hecho comprender que la ausencia de una organización basada en principios democráticos no puede competir con ese otro imperio superior porque el reparto interno del poder entre países miembros no trae consigo obligatoriamente la elección de los mejores para gobernar esa Europa, la que ahora se estremece con el frío de la crisis, la recesión del bienestar y la anulación de derechos presentes y a futuro, incluso de una crisis que, como desea el Partido Popular en España, tendrá efectos retroactivos no ya sobre las causas económicas, sino sobre los recursos disponibles sobre los que habíamos basado los derechos. No otra cosa es la privatización de los servicios públicos.
Curiosamente, la sociedad mira más que nunca a Europa, se ha convertido en el centro de atención aunque, en muchas ocasiones, sea la gran coartada que justifica políticas viejas que ahora, con la crisis encima, encuentran hueco propicio. Las elecciones al Parlamento convocadas para dentro de un año no coinciden con una Europa fortalecida; lo hace con una Europa organizativamente enquistada, crujida políticamente y sin la armadura democrática suficiente con que hacer frente a la avalancha financiera y antidemocrática. Una Europa vieja se enfrenta a un futuro incierto con estructuras que han demostrado su ineficacia por antidemocráticas, pesadas frente a un presente desconcertante y un mañana respecto al que tendrá que cambiar internamente y decidir su propio valor. Si no es así, la Europa comunitaria que conocemos será inservible.
Juan Moscoso, miembro de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE responsable de asuntos europeos, recordaba hace pocos días la necesidad de que Europa acometiese de forma urgente la democratización de sus instituciones, como la constitución y estructura de la Comisión Europea y del Banco Central Europeo, a fin de atajar la inoperancia por indecisión de ambas instituciones o la decisión de políticas más afines a la ideología de quien las dirige que las de quienes representan. Las próximas elecciones al Parlamento van a facilitar decisiones históricas si una mayoría de progreso consigue para el Parlamento la capacidad de legislar, no solo dar su conformidad a las normas que elabora la Comisión; parece simple pero es darle significado a las propias elecciones europeas. Un Parlamento representativo del voto de los ciudadanos sin capacidad de iniciativa e influir es un adorno democrático. Pero solo un Parlamento así, activo como el que la derecha rechaza, puede constituirse en un muro de contención a políticas o decisiones como las que padecemos.
Idelogia, no economia
La Unión Europea va a afrontar la renovación de sus instituciones cuando la ciudadanía de ninguno de sus Estados miembros se fía de ellas, en el mejor de los casos, y cuando es creciente el rechazo abierto a su propia existencia. Las causas nacionales de ese rechazo se unen a las consecuencias sociales de la crisis y el descrédito de la política. Tres realidades que ponen en riesgo la credibilidad de la UE en las urnas si el ejercicio de votar no consigue reconducir esas mismas causas.
Con iguales problemas, cualquiera que sea la gravedad de la crisis y como incida en los diversos Estados miembros, el retroceso del poder de la UE como impulso de crecimiento económico y defensa de las política sociales será su propia condena. Es fácil entender que los partidos de la derecha gobernante hayan comenzado a anunciar la utilización de todos sus recursos de cara a dichos comicios, porque saben que, en tiempos de crisis, una Europa débil les es más conveniente; una Europa menos democrática, más útil, y unas instituciones europeas sin poder decisión, un seguro para sus futuras políticas y alianzas con los mercados.

Es fácil deducir que, a partir de mayo de 2014, la Europa que hemos conocido y ahora denostado nos servirá como ayuda para superar la presente y próximas crisis si conseguimos construir una Europa diferente. Y, a un año vista, el marco de esa elección no es económica, sino ideológica.

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