Aurelio Romero Serrano. Vitoria - Gasteiz. @romero-nomada
Europa
está en pecado mortal con los ciudadanos, especialmente los de países
periféricos y del sur de continental, donde ha concitado la mayor crisis
económica y de derechos sociales desde la postguerra. Es esa misma Europa, que
ya roza la recesión en el centro de mayor poder económico actual como es
Alemania, la Europa que más puede perder si en las próximas elecciones de
finales de mayo de 2014 se recoge un cesto importante de votos euro-escépticos
o antisistema. Pero el riesgo será más grave si la derecha comunitaria consigue
la mayoría en el Parlamento, como las encuestas comienzan a anunciar. El
Parlamento europeo tiene en su entraña el topo de los mercados que no desean
una Europa diferente. Si vencen, es Europa la que no sirve, con o sin crisis.
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Martin Schultz, presidente del Parlamento Europeo |
En
estos años hemos sufrido las consecuencias de aquel erróneo apoyo a Portugal para elevar a presidente de la Comisión
Europea a Joâo Barroso, quien ha demostrado su incapacidad para pilotar ese
monopolio de poder sin control que es la Comisión. También ha ido quedando en
claro la ambición de la derecha financiera globalizada por apurar los recursos
de los países más débiles, y aún
no está claro que a ningún Estado miembro de los que jugaron a favor de
corriente, como Alemania, les haya ido bien ese modo de gobierno ”por encargo” que en unos lados encontró
aliados y, donde no pudo, los impuso. Sin embargo, la histórica alianza entre
derecha y finanzas en todo el mundo no ha dejado ver a la Unión Europea su indefensión como organismo frente a
la previsible decisión de que el poder financiero pudiera saltar por encima de
la voluntad de los partidos de la derecha del Parlamento y desarrollar sin ningún pudor su estrategia de invasión
del espacio político.
DERECHA
VERSUS IZQUIERDA
La
dialéctica derecha/izquierda como eje de las campañas en todas las
convocatorias de comicios europeos se ha
demostrado insuficiente casi desde el comienzo del siglo XXI, a lo que se
añadió, primero, el autismo de los
gobiernos frente a la crisis y, después, la debilidad o falta de energía
para imponer el funcionamiento democrático de los países incluso donde ha
gobernado la derecha con mayorías absolutas; gobiernos que hemos visto caer de
un lado a otro del arco parlamentario con iguales resultados, económicos,
políticos y, desde luego, sociales.
Desde los nacionalismos se ha impulsado el
euroescepticismo que genera la
incapacidad o insolvencia para presentar alternativas con peso específico en
una Europa de intereses y, en cada convocatoria electoral, la defensa de su
idea de la “Europa de los pueblos” no ha
dejado de ser un discurso para el interior, a la vez que la Europa presente
se disgregaba a pasos de gigante. Cuando aún falta un año para las próximas
elecciones al Parlamento Europeo, el nacionalismo ya avanza su idea de reeditar
la fórmula de la alianza electoral con la que repetir el mismo erróneo esquema
que solo lleva al triunfo de la derecha, aunque es cierto que esa es una
realidad que al nacionalismo no le desagrada, más allá de los discursos de las
identidades en la Europa de los intereses globalizados. Esa Europa de los pueblos es el planteamiento
más utópico de hoy día, cuando la fortaleza política que arropó a los países
exige cesión de soberanía como forma de fortalecer el conjunto. Pero la Europa
de las naciones ha demostrado ir a remolque de la historia y ha sido subsumida
por la globalización como cualquier otra instancia.
LA
DERECHA JUEGA CONTRA EUROPA
En
estos años de crisis e imposición de políticas económicas que ha avasallado
gobiernos y derrumbado tótems como el del estado
de bienestar, que venía siendo una de las señas de identidad real de Europa desde hace tres cuartos de siglo
años, la Europa ampliada ha demostrado que el poder de la mayoría de la
derecha en su seno y en los Estados miembro ha jugado contra ella misma, contra su fortalecimiento mientras iba
abriendo sus brazos y recursos a nuevos países de la Europa destrozada por esos
mismos nacionalismos. Ha hecho evidente su incapacidad como estructura de poder
frente a las oligarquías financieras y los países más reticentes a la
existencia de una Unión con futuro real. Y nos ha hecho comprender que la ausencia de una organización basada en
principios democráticos no puede competir con ese otro imperio superior porque
el reparto interno del poder entre países miembros no trae consigo
obligatoriamente la elección de los mejores para gobernar esa Europa, la que
ahora se estremece con el frío de la crisis, la recesión del bienestar y la
anulación de derechos presentes y a futuro, incluso de una crisis que, como
desea el Partido Popular en España, tendrá efectos
retroactivos no ya sobre las causas económicas, sino sobre los recursos
disponibles sobre los que habíamos basado los derechos. No otra cosa es la
privatización de los servicios públicos.
Curiosamente,
la sociedad mira más que nunca a Europa, se ha convertido en el centro de
atención aunque, en muchas ocasiones, sea la gran coartada que justifica
políticas viejas que ahora, con la crisis encima, encuentran hueco propicio. Las elecciones al Parlamento convocadas
para dentro de un año no coinciden con una Europa fortalecida; lo hace con una
Europa organizativamente enquistada, crujida políticamente y sin la armadura
democrática suficiente con que hacer frente a la avalancha financiera y
antidemocrática. Una Europa vieja se
enfrenta a un futuro incierto con estructuras que han demostrado su
ineficacia por antidemocráticas, pesadas frente a un presente desconcertante y
un mañana respecto al que tendrá que cambiar internamente y decidir su propio
valor. Si no es así, la Europa comunitaria que conocemos será inservible.
Juan Moscoso, miembro de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE responsable de
asuntos europeos, recordaba hace pocos días la necesidad de que Europa
acometiese de forma urgente la democratización
de sus instituciones, como la constitución y estructura de la Comisión
Europea y del Banco Central Europeo, a fin de atajar la inoperancia por
indecisión de ambas instituciones o la decisión de políticas más afines a la
ideología de quien las dirige que las de quienes representan. Las próximas
elecciones al Parlamento van a facilitar decisiones históricas si una mayoría de progreso consigue para el
Parlamento la capacidad de legislar, no solo dar su conformidad a las
normas que elabora la Comisión; parece simple pero es darle significado a las
propias elecciones europeas. Un Parlamento representativo del voto de los ciudadanos
sin capacidad de iniciativa e influir es un adorno democrático. Pero solo un
Parlamento así, activo como el que la derecha rechaza, puede constituirse en un muro de contención a políticas o
decisiones como las que padecemos.
Idelogia, no economia
La
Unión Europea va a afrontar la renovación de sus instituciones cuando la ciudadanía de ninguno de sus Estados
miembros se fía de ellas, en el mejor de los casos, y cuando es creciente
el rechazo abierto a su propia existencia. Las causas nacionales de ese rechazo
se unen a las consecuencias sociales de la crisis y el descrédito de la
política. Tres realidades que ponen en riesgo la credibilidad de la UE en las
urnas si el ejercicio de votar no consigue reconducir esas mismas causas.
Con
iguales problemas, cualquiera que sea la gravedad de la crisis y como incida en
los diversos Estados miembros, el
retroceso del poder de la UE como impulso de crecimiento económico y
defensa de las política sociales será su
propia condena. Es fácil entender que los partidos de la derecha gobernante
hayan comenzado a anunciar la utilización de todos sus recursos de cara a
dichos comicios, porque saben que, en tiempos de crisis, una Europa débil les
es más conveniente; una Europa menos democrática, más útil, y unas
instituciones europeas sin poder decisión, un seguro para sus futuras políticas
y alianzas con los mercados.
Es
fácil deducir que, a partir de mayo de 2014, la Europa que hemos conocido y
ahora denostado nos servirá como ayuda para superar la presente y próximas
crisis si conseguimos construir una Europa diferente. Y, a un año vista, el marco de esa elección no es económica,
sino ideológica.
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