miércoles, 10 de abril de 2013

El "escrache" de ETA

Aurelio Romero. Vitoria-Gasteiz. @romeronomada


Andábamos estos días intentando valorar dónde empiezan y dónde acaban los límites de la expresión crítica de la sociedad a través de sus manifestaciones publicas y hasta qué punto la presión sobre los políticos conocida como escrache entra en el terreno de lo que consideramos violencia. Y esa valoración se empieza a abrir camino a partir de que el Partido Popular primero directamente y después a través de voceros cómplices acusa a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) de engordar los manifestantes del entorno de EH Bildu a favor, al menos, del retorno de los presos etarras al País Vasco.

Antes, sin acudir a extranjerismos, al escrache lo llamábamos acoso. Recupere por tanto su nombre castellano porque conocemos bien ese significado, en nuestra historia pasada y en la más reciente, desde las manifestaciones de los obispos contra las leyes sociales a las charangas contra las sedes del PSOE entonces gobernante.

Toda la sociedad se resiente con la violencia, aunque afecte directamente una sola persona, como bien hemos aprendido tras cincuenta años de actividad de ETA en toda España, más de treinta conviviendo con la opresión franquista. La violencia transforma la vida, que no transcurre igual y convierte el futuro en un hilo incierto. También hemos aprendido con toda su gravedad que esto que llamamos crisis financiera de los últimos tres años persigue el beneficio sectario de los más poderosos, en un nuevo/viejo modo de acoso social a los ciudadanos que busca nuestra entrega, hundir la razón de ser ciudadanos que hace tan poco que conseguimos.

LOS DEMONIOS EN LA PUERTA

El Partido Popular y sus comparsas juegan al juego de las intrigas y confunden intencionadamente los objetivos de la movilización social de la PAH contra esa inmoralidad mayor en letra pequeña de la burbuja inmobiliaria y equipara presos e hipotecas situándolos en el mismo rasero y en una supuesta cohabitación de intereses. La protesta social contra las secuelas humanas de la burbuja inmobiliaria las mezcla con esa otra reivindicación de la izquierda abertzale más radical: la deuda de ETA con las víctimas se debe considerar época pasada, sin memoria presente y el futuro individual de los presos forma parte de esa condonación conjunta de la pena. Amnistía y borrón.

Los “hipotecados” por aquellas ansias de mejora social para beneficio de las finanzas ha dejado en el camino muchas víctimas desclasadas, regresadas o extraterradas, como decía Benedetti, y un sentimiento solidario ha llevado a la movilización a su favor, a la espera de que el Parlamento y los partidos mayoritarios encuentren una respuesta clara a una crisis real. Esta rancia derecha gobernante intenta trazar un lazo entre unos y otros y acosa y demoniza ambas reivindicaciones de un solo golpe, cualquiera que sea su ámbito, fortaleza o la opinión que cada cual podamos tener sobre dichas situaciones.

Hasta ese debate nos ha conducido el PP, como forma de escapar de su responsabilidad virginal en la crisis o frente a la crisis y de quitar del foco de atención su falta de respuesta como Gobierno a la crisis de las hipotecas y la resolución final a la violencia etarra que aún llevamos prendida del cuello y la memoria.

EL AVISO DE ETA QUE EL PP ESPERABA

Oportunamente, con puntualidad casi anunciada, como si el PP hubiera extendido previamente la intencionada consigna contra la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), ETA hizo público su nuevo comunicado que daba respuesta a los silencios que EH Bildu ha mantenido ante quienes le han exigido el repudio de la violencia, reconstruir la memoria para dar salida final a la serpiente del odio y recuperar el encuentro y la convivencia social. ETA unió el significado clandestino de su capucha en protagonista junto a un Gobierno que acosa al conjunto y en especial a los más indefensos. Y han protagonizado ese viejo hábito de amedrentar a todos cuando sólo la voluntad del Gobierno y ETA deciden el final. Desde su refugio, los portavoces enmascarados reclamaban en tono mayor una negociación que se ha roto y coincidía con la preocupación prioritaria del PNV por salvar el barco de su primer presupuesto como Gobierno de Euskadi. Cuando declararon unilateralmente el alto el fuego para dar paso a EH Bildu y Sortu, el lehendakari Patxi López andaba por Estados Unidos y ahora el comunicado pilla al lehendakari Urkullu con los pies hundidos en una minoría que le deja a la puerta de un minoritario PP y sus recortes. A veces parece que quien dirige los destinos colectivos está en un lugar menos preciso cuando más se precisa su presencia.

La organización terrorista, viva aunque le duela la herida, ha querido repetir su vieja estrategia de expandir el miedo a toda la sociedad días después de que la portavoz parlamentaria de Bildu, Laura Mintegui, recordara que el origen de la violencia es político, y el asesinato también. Todo ello a las puertas de un repetido debate sobre la Ponencia de Paz en el Parlamento, donde las voces ya rebotan contra los escaños.

Esa amenaza de la violencia mayor, la del asesinato, en unos tiempos que ya creíamos nuevos, es un repentino acoso sobre una sociedad a la que mayoritariamente le preocupa su futuro, si consigue sortear el presente, y en gran parte mira hacia otro lado sobre la historia porque le duele tanto el pasado que prefiere adivinar un futuro cogido con alfileres.

Acabada socialmente o derrotada políticamente, ETA anunció hace 19 meses y sabe que su final es posible, tanto como que la apuesta política de la izquierda radical aún dividida –EH Bildu y Sortu- es su única salida y a la vez su mayor debilidad, porque las coaliciones nacionalistas radicales son el frontón donde la sociedad centra su apoyo o su desprecio a la violencia, incluso la verbal. Aunque con su anuncio el fuego inició un camino cuyo final no controla, es la sociedad la que reclama de los gobernantes la capacidad suficiente para superar ese pasado, y a los inequívocos entornos de ETA y a ETA misma le exige el empuje final. Todo ello, desde la desconfianza que la derecha genera con su acoso social por el Gobierno y desde la desconfianza hacia el terrorismo por el futuro inmediato, como los dos últimos comunicados ponen de relieve.

Un final que no se podrá escribir desde el paso del tiempo sino con la mirada puesta donde más duele, sobre quienes directamente piden nuestro voto, estén donde estén, en medio de este escrache que encubre tanto equívoco intencionado.

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