domingo, 21 de abril de 2013

Globalización (en un párrafo)

Julio Herrero Romero. Vitoria-Gasteiz. @HerreroJulio
Perdón por anticipado. Entiendo que estas líneas pueden herir la sensibilidad de algún lector, pero la conmoción general que ha suscitado el atentado, o lo que sea, en el maratón de Boston no pueden dejar indiferente a nadie. ¿O sí? ¿Por qué tres víctimas inocentes en el cogollo del primer mundo nos conmueven tanto y cientos de víctimas, igualmente inocentes, en Irak, o Afganistán ocupan ya espacios mínimos en las páginas interiores de los periódicos? ¿Cuál es la razón para tamaña diferencia en nuestra percepción de sucesos terribles que todos los días asolan el mundo? Posiblemente alguien pensará que es la cercanía lo que más nos impacta, y sin embargo hay miles de kilómetros en ambos casos y no tanta diferencia. Puede ser la perplejidad al encontrar algo fuera de su sitio, lo que nos conmueve. – “estas cosas aquí, en nuestra sociedad, no pasan” – pero cada día el mundo globalizado nos iguala más, tanto en lo bueno como en lo malo. Buscar comida en la basura lo imaginábamos en los estercoleros de Sudamérica o como una excentricidad en las películas de Nueva York. Ahora no tenemos más que asomarnos a la ventana para ver colas de personas esperando la salida del “género” en los grandes almacenes. Que alguien entre en un supermercado para robar comida con la que atender a su familia era una excepción noticiable, e incluso aprovechable políticamente para captar adeptos, pero que un ex juez, inválido por un tratamiento médico inadecuado, se lleve de una farmacia los medicamentos que necesita, por no poder pagarlos después de los recortes, era algo impensable hasta…ayer, en Zaragoza. “Nada se pierde, todo se transforma” canta Drexler, y añade: “Cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da”. Y posiblemente estamos recibiendo lo que hemos dado, lo poco que hemos dado, de solidaridad y entendimiento con los problemas del mundo. Las “armas de destrucción masiva” que sirvieron de excusa para destruir la sociedad iraquí y proteger los intereses de los poderosos se han transformado en “rescates financieros” con similares efectos en nuestro entorno. Y los que alentaron aquellas guerras, y las justificaron, quieren ahora defendernos de los ataques de un capitalismo desbocado y sin control, que ellos mismos dirigieron. Margaret Thatcher ha muerto, pero su sombra nos sigue cubriendo.

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