viernes, 17 de mayo de 2013

Año II después de Elorza

Denis Itxaso. Donostia. @DenisItxaso

Este próximo 22 de mayo de cumplirán dos años desde que Bildu ganó las elecciones municipales en San Sebastián. Un par de semanas más tarde vendría la elección del Alcalde Izagirre porque, además de ser el más votado, el PNV no quiso entrar a acuerdos que prolongaran la alcaldía socialista. Pero hoy, que atravesamos el ecuador de la Legislatura, ya se vislumbra que este periodo arrojará una mediocre cuenta de resultados.

Yendo de lo general a lo particular, comenzaría por reflexionar sobre la pérdida de influencia de una ciudad que había trabajado, en las dos últimas décadas, por ocupar un lugar en eso que llamamos mercado de las ciudades intermedias, que compiten entre sí a nivel europeo por atraer talento, por generar valor añadido en sectores económicos sostenibles y emergentes, por elevar la calidad de vida, y por enriquecerse culturalmente. Donostia había logrado dejar atrás un cierto aire nostálgico y, con muchas lagunas aún y no pocas contradicciones, afrontar una serie de retos que quizás por tamaño no le habría tocado emprender. Retos de carácter urbanístico para dar respuesta a un lacerante problema de acceso a la vivienda y la exorbitante carestía del suelo; retos de carácter cultural como el de contribuir a una ciudadanía crítica y activa en la defensa de los Derechos Humanos y la convivencia; retos de cariz económico fortaleciendo estratégicamente la vocación innovadora en cuatro de las áreas del conocimiento con mayor futuro como son la biotecnología, las TICs, las nanotecnologías y las neurociencias, así como impulsando la personalidad turística y de servicios de la ciudad.

También se habían encarado retos de carácter intangible como lo son las múltiples redes internacionales que tejió San Sebastián con el objeto de situar a la ciudad en el concierto de ciudades con tres o cuatro señuelos de prestigio como la Cultura, la sostenibilidad urbana, la gastronomía y la educación en valores. Y es que nada de todo esto se pudo llevar a cabo si no hubiese existido una estrategia bien planificada y una inquebrantable voluntad política de sus ciudadanos, colectivos e instituciones. En este contexto, he de reivindicar la labor del Alcalde Elorza y de sus distintos gobiernos municipales, en los que el PSE-EE contó con muy diversos socios, desde el PP hasta Aralar y Alternatiba, pasando por EA y PNV.

La perspectiva que otorga la distancia y el contraste con estos dos años de Legislatura de la izquierda abertzale en el poder, bastan para comprobar que toda aquella energía está huérfana de empuje institucional, y que son emprendedores y activistas de todo pelo los que se afanan en medio de una exasperante soledad en mantener el rumbo como pueden. La mayor crisis económica y social que se recuerda en décadas azota con fuerza, y es cuando más se requiere capacidad de escucha y de reacción por parte de quienes tienen la encomienda de liderar, de inspirar, de guiar o al menos de apuntar la dirección correcta a seguir. Y las políticas reales de estímulo económico y protección social apenas han experimentado novedad alguna. Hay, huelga decirlo, mucha tarea que hacer.

Que la estación de autobuses aún sea motivo de debate e incertidumbre; que de Tabakalera sólo conozcamos el hormigón con el que se está rehabilitando y poco o nada sobre su programa cultural; que la conversión del viejo Topo en Metro de Donostialdea regrese al baúl de los recuerdos; que inversiones como la Pasarela de Monpás y el Hotel de Hydra sean despreciados; que la gestión integral de los residuos urbanos se convierta en un agujero negro; que el proyecto de capitalidad apenas tenga visibilidad social y las dinámicas de participación se hayan reducido a la mínima expresión… todo ello es sólo un síntoma de la parálisis en que está sumido el Gobierno Municipal.

Una ciudad nunca se termina, es un proceso. Proceso vital para quienes lo habitan y procesos de incontables sumas de valor en términos colectivos. Pero el letargo en el que nos hallamos, el abrumador silencio estratégico, la recurrente mirada introspectiva y la permanente autoafirmación identitaria nos alejan del cosmopolitismo que un día perseguimos, quizás de forma pretenciosa, pero saludable en todo caso. El afán ruralizante reduce nuestras inquietudes culturales frente a una visión abierta de lo propio y de lo ajeno, que primó en esta ciudad en los últimos años.

Resulta doloroso reconocerlo, pero, a la vista de la situación política, la ciudad tendrá que padecer este lamentable estado de cosas aún dos años más, lo que puede hacer sentir a mucha gente que, en efecto, en la política actual prevalecen demasiados intereses partidistas sobre la defensa común de modelos compartidos que han demostrado su eficacia en el desarrollo de la ciudad. De modo que cabe apelar al esfuerzo de todos para que el daño no se torne irreparable, y para que, ojalá, esta etapa se recuerde en el futuro como un oscuro paréntesis del que extrajimos alguna que otra lección.

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