viernes, 24 de mayo de 2013

Los idus de mayo o la suficiencia del PSOE como partido

Aurelio Romero. Vitoria-Gasteiz. @romeronomada

Conforme pasan los días, surgen permanentemente cuestiones que nos llevarían a la reflexión también constante sobre el presente y el futuro del socialismo español, alejados ya todos del eco triunfal del pasado, porque el más reciente tampoco fue glorioso. No son los medios de comunicación quienes están marcando esa agenda de la vicisitud del PSOE, sino el entorno generado por su acción e inacción y, con más ruido aún, su propia entraña organizativa, que no ha parado desde hace meses de dar pie a su presencia en los medios.

Más que de meses, se podría hablar desde aquel mes de mayo en que Zapatero descubrió que la socialdemocracia era ajena a los escenarios financieros, que diseñaban nuevas estrategias políticas al margen de los partidos mayoritarios e incluso los gobernantes. Fue en ese mes, como unos nuevos idus de mayo, cuando también todos comprobamos que el tiempo de las ideologías sobre el bienestar social habían caído hasta la postguerra, porque se había roto unilateralmente aquel pacto implícito europeo de permitir generar una sociedad sobre la que los partidos pudieran gobernar desde principios democráticos, siempre flexibles, tanto como la realidad fuese haciendo conveniente.

Estábamos lejos de comprobar aquel mayo de hace tres años que la caída de la red política que nos sostenía iba a suponer también el final de otras dos cuestiones no menos importantes: la credibilidad de quienes ejercían el poder y, por ende, el valor de la propia democracia como régimen. Es sintomático que, en plena crisis –si es que alguna vez fue una sola-, la sociedad española reclame unos nuevos Pactos de la Moncloa, que supusieron la puesta de largo formal del nuevo periodo post-dictadura y avalaron la figura de Adolfo Suárez como cabeza de ese salto a la democracia, y la de Felipe González como cabeza visible de una oposición más perfilada que la de ahora mismo. Sintomático porque, como aventuraba en una ocasión la “dura” ex ministra de Fomento, Magdalena Álvarez de forma gráfica, “la gente recibe el salchichón entero y luego no se acuerda” y las décadas de gobierno e incidencia social socialista parecen haber sido borrados con el último “trienio Zapatero” y en ese viaje ha ido al suelo la credibilidad de las instituciones que sostuvieron la “marca” del país como percepción exterior y como vivencia interna. Peor aún, en todo caso, es la sustitución de esas señas por la incredulidad sobre la propia democracia, que es el riesgo mayor que nos acecha.

Los 15 de mayo pasarán a nuestra pequeña historia como el día en que una parte de la sociedad que no recuerda aquellos avatares hacia la democracia y otra que apostaba por una vía más rápida llamada ruptura democrática con el régimen, acamparon en la Puerta del Sol y otras plazas españolas para marcar un “hasta aquí” a la contrarreforma del Partido Popular, que ha conseguido levantar tiendas de propios y extraños. Con todo, la fecha es menos importante que la actitud de la sociedad, que se ha mantenido en todo este año mientras la gran mayoría de la “democracia instalada” sigue preguntándose si son galgos o podencos.

Al PSOE el 15 de mayo le ha pasado por la puerta y no para hacerle perder las elecciones, porque no todo el voto perdido estaba encerrado en una plaza, sino en casa y sin votar, sino para hacerle ver que el templo y el tiempo de la transición había pasado cuando el propio socialismo gobernante rindió las armas en Bruselas, pese a las explicaciones en Nueva York y Londres de la “primera ministra de Economía de derechas” como se ha dado en llamar a Elena Salgado. Sigue advirtiéndole que aún no hay respuestas suficientes frente a la estrategia popular aunque su mayoría absoluta electoral se vea más que resquebrajada socialmente.

La urgencia de un Congreso como el de los socialistas en Sevilla, hace ya un año y un mes, intentó cerrar un tiempo de excepcionalidad pero solo tapó la fuga de agua de la dirección y pidió tiempo para ir diseñando el nuevo modelo político y, sobre todo, de país que debía aportar como principal partido de la oposición. El eco ruidoso de sus congresos posteriores ha intentado acallarse con la llamada al bien común del partido y, en bien de ese fin pero sin buscar mayores complicidades, se ha cortazo de raíz debate y personas, sin saber ver que ese eco del vacío interno sobre el futuro y la defensa a ultranza de la arquitectura presente solo ha generado más miradas hacia las campadas del 15 M, no por la terquedad de quienes alzaron la voz para pedir un nuevo modelo de partido, sino por la enquistada obsesión de vivir una realidad insuficiente.

Compuertas contra el agua hacia dentro o hacia fuera, mientras comienza abrirse paso desde el fondo de la sociedad el germen de un modelo inconcreto, inconexo, peligroso como abono de quienes nunca comulgaron con ese sistema, el “menos malo” pero cada vez con mayores cicatrices.

Periódicamente, las encuestas –que fuera del periodo electoral tienen principalmente el valor de la llamada de atención- vienen advirtiendo de la caída a la baja de los partidos mayoritarios, y el ascenso de fuerzas hasta ahora más minoritarias. No es significativo ese incremento del favor hacia IU o la nueva derecha que representa UPyD cuando el destino del magro del voto es desconocido y cabe pensar que no todo es abstención sino desorientación. Ese distanciamiento entre la sociedad y la política del Gobierno del PP, que no aplica la que anunciaba, sino lo que cada tres meses se le indica que desarrolle desde fuera de nuestras instituciones democráticas, y esa falta de encuentro del principal partido de la oposición y anterior gobernante consigo mismo y con la sociedad, demuestran que el significado de ruptura que tienen los idus en su origen es cada vez más manifiesto en nuestro país.

Se viene reclamando al PSOE una estrategia diferente que remarque su posición frente al Gobierno de Rajoy. Incluso se han producido cambios en su organización por cuestiones más de estilo político que de calado en la actual coyuntura. La impresión general, no obstante, es que amén de las personas, lo que faltan, como decía gráficamente el sociólogo Ignacio Urquizu, son “personas con ideas” que sustituyan a la actual dirección, absorbida por la cautela organizativa, situada en una acera de la plaza política y hacia la que la sociedad ha dejado de mirar en busca de respuestas. La Conferencia Política anunciada en el Congreso de Sevilla y postergada casi un año está teniendo como respuesta la pregunta, esa que se pretendía evitar, sobre la capacidad real del socialismo español para estructurar un partido y una respuesta adecuadas.

Solo llega el eco de las apetencias internas cara al futuro, que pretenden ignorarse o descalificar con la objeción mayor de que no es la hora. Y, efectivamente, no es la hora de los nombres propios, como se insiste en decir, sino la de convocar a las personas y poner fin a esta excepcionalidad que, por irreal, sobrevive en un escenario voluntario que puede quebrar cualquier mes, aunque no sea en este del 15 M.

Artículo publicado en Diario Noticias (15.05.13)

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