martes, 12 de marzo de 2013

Más allá de los sentimientos

Vicente Carrión Arregui. Vitoria-Gasteiz


(En respuesta al artículo “VOLVER A EMPEZAR”, publicado el 23 de febrero, de Pili Zabala, con cariño)

He leído con sumo interés tu artículo  y comparto buena parte de los sentimientos que en él transmites, especialmente los referidos al esfuerzo necesario para reinstaurar la convivencia social dañada por tantos años de terrorismo.. No tengo la menor duda de que como hermana de Jose Ignacio Zabala, víctima del terrorismo de los GAL en 1983, tu sufrimiento es equiparable al de las víctimas de ETA –con el agravante de las humillaciones añadidas en tu caso- pero ello no significa, en mi opinión, que podamos establecer simetría alguna entre dos bandos. Aunque el dolor sea emocionalmente similar nuestra capacidad racional nos obliga a comprender que desde la Transición hasta hoy mismo ha sido ETA la responsable principalísima del sufrimiento que necesitamos dejar atrás.

Porque ese “volver a empezar” que propones tuvo su oportunidad perdida en 1977 cuando la amnistía vació de etarras las cárceles una vez recuperadas las elecciones democráticas y otras libertades. Claro que había habido una guerra civil, una dictadura, una opresión nacional y múltiples motivos para enfrentarse al franquismo –por cuestionable que sea siempre el recurso la violencia- pero todo ello concluyó con el nuevo escenario democrático que ETA no quiso aceptar. Creo que desde 1977 las alusiones a la dictadura, a la represión y a la mitología etarra son tan innecesarias como aludir al carlismo o a la Contrarreforma para legitimar que ETA no depusiera las armas. Esa denominada “confrontación armada” no fue, creo, sino un inmenso error del nacionalismo radical vasco al creer que el uso de la violencia precipitaría la revolución vasca de sus sueños. Parafraseando al Muñoz Molina de “Todo lo que era sólido” estaríamos ante el extremismo de una élite que se aprovecha de situaciones sociales dolorosas para crear dinámicas que acaban arrastrando a una sociedad entera.

Yo puedo entender a nivel personal, Pili, que las tropelías que diversos funcionarios cometieron contra tu hermano, más las dificultades para investigar tales hechos a las que aludes en tu artículo, te hayan hecho dudar de la imparcialidad y de la honestidad de la lucha antiterrorista. Pero la legitimidad de tu dolor no debería ocultarte que hay 326 atentados etarras sin esclarecer, que el Estado acabó condenando –ciertamente, con tibieza- la “guerra sucia” de Galindo y compañía y que, por injusto que fuera el crimen de tu hermano, él había decidido integrarse en ETA para ejercer una violencia que acabó atrapándole. Una gran diferencia respecto a los centenares de asesinados por ETA en razón de sus convicciones, de sus oficios o de la mera casualidad de estar comprando en tal hipermercado o pasar por tal calle. No, Pili, el sufrimiento no iguala a las víctimas, no banaliza su razón de ser. Unos eligieron un camino, otros lo padecieron.

Arremetes en tu artículo, también, contra las “necedades” proferidas por algún que otro catedrático de Filosofía jubilado. Me imagino en quien piensas y, más allá de sus ocasionales humoradas, me duele la ofensa hacia su maestría profesional y a su coraje cívico. Yo también soy profesor de Filosofía y me desconcierta profundamente con qué facilidad hay tantos adultos en el País Vasco que incurren en errores básicos de mis alumnos adolescentes, como el de invertir la relación causa-efecto. Si los hechos objetivos confirman que a partir de 1977 ETA, con el apoyo de un sector muy minoritario de entre la población vasca, defendió sus fines “políticos” con medios delictivos y criminales, los presos actuales serán el efecto resultante de sus acciones y no la causa que legitime nuevos desafíos. Salvo contadísimas excepciones, la mayoría de las víctimas del lado etarra lo son como consecuencia de los delitos que estaban cometiendo o de excesos policiales que –sin ánimo de justificación alguna- constituyeron reacciones (efectos) desmesurados o no a la cacería (causa) que hubieron de soportar los miembros de las fuerzas armadas y muchas otras personas que se negaron a someterse al totalitarismo abertzale que, sobre todo en los entornos rurales, permitía acosar, arruinar, amenazar y forzar el exilio de quien no comulgara con las ruedas de molino de los matoncetes locales que, con pendiente o sin él, durante muchos años impusieron su ley. Causas y efectos, sí, Pili, que pueden resultar discutibles porque a veces se encadenan como cerezas en una cesta pero a cuya aclaración han contribuido muy positivamente las “necedades” proferidas por Savater, Arteta, Iriondo, Aranzadi, Azurmendi y tantos otros intelectuales cuya libertad de expresión ha coartado terriblemente su libertad de movimientos.

Para decirte todo esto escribo estas líneas, para intentar transmitirte que la empatía ante el dolor de todas las víctimas es un paso valiosísimo –hago un inciso para aplaudir los esfuerzos que promueven al respecto desde la alcaldía de Rentería- pero que resulta insuficiente si no se acompaña de cierto rigor histórico. Más en concreto, del reconocimiento de la legitimidad del Estado democrático para administrar el monopolio de la violencia, por disconformes que puedan estar una parte de sus miembros respecto a la propia legitimidad del Estado. El paso que parecen estar dando hoy deberían haberlo dado hace 36 años y sabio sería reconocerlo. Pero parece que no.



(((PD. Ligado con este asunto, desde Ezkerretik Ekintza - Con mano izquierda os recomendamos la atenta lectura de la entrevista a Urrusolo Sistiaga de la que varios medios se hicieron eco este fin de semana)))

2 comentarios:

  1. Creo que algo muy importante de esta reflexión y que puede ser común a ambos textos está al final, donde se alude al rigor histórico. Es un requisito de la Justicia, sin él es muy difícil que lo haya y es lo que faltó, a mi juicio, en iniciativas tipo Elkarri: se fabricaron una visión del problema totalmente ayuna de rigor histórico y, con el ello, el diagnóstico y la política no sólo eran erróneos, eran injustos.

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  2. Cada vez yo también doy más importancia a lo que dices. De acuerdo

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