jueves, 21 de marzo de 2013

¿Por dónde puede empezar a cambiar la política?

Denis Itxaso. Donostia. @DenisItxaso

A hilo de un certero artículo de opinión que publicaba Moisés Naím el pasado domingo sobre las mutaciones que experimenta el poder, salí pensando el martes del Ayuntamiento acerca de cómo acertar con la actitud política, desde la oposición a un Gobierno local con quienes tenemos abismales diferencias. Somos oposición, pero en ningún caso ajenos a las dificultades por las que atraviesan las personas y las organizaciones, empezando por el propio Consistorio.

Los grupos municipales, que solemos ser a veces criticados por el alto volumen de nuestros reproches al Alcalde Izagirre, el pasado martes optamos en bloque por dar vía libre a los presupuestos municipales para el año 2013. Puede resultar sorprendente, pero así fue. Ni el PP, ni el PNV ni el PSE-EE llevaron al Pleno ninguna enmienda a la totalidad que persiguiese la devolución de los presupuestos, que es una manera de permitir su aprobación. Es obvio que unos se sentirán más identificados que otros con ese documento, ya que es el que mejor refleja el rumbo político que el gobierno que lo ha presentado pretende imprimirle a la ciudad. Pero nadie quiso ser responsable de que San Sebastián se quedara sin presupuesto. Ciertamente los socialistas optamos en esas circunstancias por negociar duro con el Gobierno para que ese plácet a los presupuestos no resultase gratuito, si no que reflejase una buena cantidad de iniciativas que nosotros consideramos prioritarias para Donostia.

Sin embargo, el debate no estuvo exento de dobles y triples juegos y de acusaciones calculadas , hasta parecer que quien se erige como alternativa de gobierno, está abocado a desarrollar una política de duro desgaste, cueste lo que cueste, y caiga quien caiga. ¿Olvidamos acaso que en medio están los ciudadanos y sus barrios y muchos intereses en juego como para que todo se reduzca al viejo desafío del "conmigo o contra mí"?

Y pensando en estas cosas, me acordé de algo que explicó muy gráficamente Rubalcaba hace dos semanas en una entrevista televisiva. "Resulta que cuando trato de acordar y proponer cosas de forma constructiva al Gobierno, el camarero de la cafetería que está al lado del Congreso, me reprocha que no doy caña al PP y que hay que ser mucho más exigentes. Pero cuando la semana siguiente he tratado de denunciar con toda la vehemencia de la que soy capaz los desmanes del Gobierno, cuando he optado por ser incisivo y duro en los reproches políticos, entonces el camarero me dice, disgustado, que a ver cuándo demonios nos vamos a poner de acuerdo los políticos para sacar este País adelante".

Esta sencilla pero clarificadora anécdota, que resume las contradicciones en la que se encuentra sumergida la política democrática, viene a cuento porque hay actitudes básicas que la gente practicamos a diario en nuestras vidas y trabajos, y que no debieran resultar ajenas ni incompatibles entre sí cuando ejercemos de políticos. Negociar, acordar, discutir, reprochar, discrepar, colaborar, ayudar, denunciar, comunicar, escuchar... Todo forma parte del mismo juego, que ni es blanco nuclear, ni negro azabache. Y cuanto más naturalmente nos desenvolvamos, evitando imposturas y exageraciones, más fácil nos resultará recuperar la conexión con esta sociedad aburrida de tanto teatro.

En parte somos presos de nosotros mismos. Hemos empleado demasiado tiempo confinando la política en compartimentos estancos, y, cuando la realidad imperante y la madurez ciudadana nos obliga a actuar con flexibilidad y transparencia, nos encontramos esclerosados para dar respuestas ágiles en defensa del interés general. Esa atrofia de los reflejos, sumada a la renuncia de los políticos por explicar, por hacer pedagogía y confiar en la capacidad de comprensión y espíritu crítico de la ciudadanía, ha estrechado el campo de juego político hasta convertirlo en mero tacticismo diario. Una colección más o menos imaginativa de frases hechas y titulares reduccionistas.

Quizás un cambio de actitud en este sentido podría devolvernos parte de la credibilidad perdida. Se ha hablado mucho de la honestidad e integridad como consecuencia de los escándalos de corrupción que sacuden la política y otros ámbitos de la vida pública. Y sigue siendo necesario mantener ese nivel de exigencia básico para evitar la degradación del sistema democrático. Pero no estaría de más que también trabajásemos la esfera de las actitudes, y contribuir así a humanizar más el ejercicio de la política. No podemos seguir dando esta imagen de seres extraterrestres e imperturbables; de lo contrario, no deberá extrañarnos que asistamos al epílogo de la democracia representativa.

1 comentario:

  1. Denis creo muy acertado tu articulo, humano y realista, sobre todo "pegado al suelo".
    Esto hecho yo en falta muy a menudo.
    Ondo izan
    Pedro Mari

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