jueves, 7 de marzo de 2013

Un nuevo contrato social: la transparencia

Óscar Rodríguez Vaz. Vitoria-Gasteiz. @rvoscar http://oscarrodriguezvaz.blogspot.com


Las principales instituciones del Estado están siendo percibidas como un problema para la ciudadanía. Se percibe en la calle y lo corroboran, serie a serie, los estudios del Centro de Investigaciones Sociológicas. Los partidos políticos, las Autonomías, la Monarquía, símbolos de la estabilidad y perdurabilidad del sistema ideado y acordado en la Transición, inspiran más desconfianza que nunca.

Y es que, ciertamente, llevamos unas semanas “gloriosas”. En medio de la mayor crisis económica desde el “crack” del 29, no hay forma de encender la televisión y no encontrarse con novedades sobre el caso Bárcenas y las cuentas del partido político que gobierna España; o declaraciones desafortunadas de la presidenta Barcina en torno a “su” caja de ahorros, uno de los símbolos de la extensión de la influencia partidaria en ámbitos que les deberían ser ajenos; o nuevas pruebas que van cercando a miembros de la institución que fue elegida como árbitro y moderador de nuestro sistema, la Monarquía.

Todo este caldo de cultivo, añadido a la obsolescencia de nuestro sistema institucional – lógico, después de 35 años de funcionamiento prácticamente inmutable –, nos sitúa ante una grave crisis de confianza. Esta desconfianza ha alimentado, y lo seguirá haciendo, los diferentes estallidos sociales vividos en los últimos años.

En su último libro, el profesor Manuel Castells sitúa precisamente en esa desconfianza, el origen de las movilizaciones que se han vivido en todo el mundo: “La confianza se desvaneció. Y la confianza es lo que cohesiona a una sociedad, al mercado y a las instituciones. Sin confianza, nada funciona. Sin confianza, el contrato social se disuelve y la sociedad desaparece, transformándose en individuos a la defensiva que luchan por sobrevivir”.

Pues bien, en la medida en que las relaciones sociales en democracia se establecen de acuerdo a mecanismos contractuales, urge la firma de un nuevo contrato basado en la confianza. Y, en mi opinión, la mejor forma de transmitir confianza pasa por dos elementos estrechamente relacionados entre sí: transparencia y la dación de cuentas.

Las medidas de transparencia y dación de cuentas están llamadas a ser uno de los pilares de la tan cacareada – y no por ello menos necesaria – regeneración política que debe experimentar nuestro país. La opacidad que preside la toma de muchas decisiones y la falta de explicación posterior de las mismas, ha provocado que este tipo de medidas se conviertan en una exigencia recurrente de la parte más concienciada y dinámica de nuestra sociedad, que será, al fin y al cabo, quien nos saque de la situación en la que estamos sumidos.

Hacen falta medidas de transparencia radical en la política, en la sociedad, en la empresa. Por ejemplo, en tanto en cuanto su principal fuente de ingresos es la Administración Pública, todos los partidos políticos sin excepción, deberían dar cuenta tanto de sus balances, como de su patrimonio. Por ejemplo, durante el tiempo que ejerzan, los diferentes cargos públicos de todos los niveles institucionales deberían estar obligados a publicitar la evolución de sus declaraciones de actividades y bienes. O, por ejemplo, cualquier ciudadano debería poder conocer el destino de los dineros públicos que reciba cualquier empresa (pública, parapública o participada), así como las declaraciones de bienes y actividades de los responsables de tales empresas.

Y también son necesarias medidas de rendición de cuentas en las instituciones y en los propios partidos políticos. Un ejemplo que ya se practica en otros países: se pueden introducir, tanto en los partidos como en las instituciones de representación, mecanismos que permitan la revocación de un cargo público u orgánico de cualquier nivel por incumplimiento de su plan de acción, del programa electoral o de los compromisos personales que hubiere adquirido. No puede ser que tengamos que aguantar durante cuatro años a una persona que, durante el primer semestre de su mandato, ya haya incumplido sus principales promesas electorales.

En definitiva, no sé si alguna vez en el tiempo la hubo, pero desde luego hoy no hay excusa alguna para no poner a disposición de la gente lo que es suyo. No hay razón para ocultar a la sociedad el destino último y las explicaciones sobre la utilización del dinero que se obtiene de sus impuestos. Además, con los avances tecnológicos que se han experimentado y la extensión de los mismos al conjunto de la sociedad, no hay impedimentos para que se puedan conocer ese destino y las explicaciones “just in time”.Muchísimas personas creen aún en la política, en el sistema democrático-institucional. Yo soy uno de ellas. Y por eso precisamente apuesto por su reforma urgente. Porque si no lo hacemos quienes nos lo creemos, corremos el riesgo de que un movimiento populista de discurso fácil - y aún más fácil financiación - sea quien lidere no ya su reforma, sino su demolición.


Artículo publicado en DIARIO VASCO (07.03.13).


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