jueves, 17 de mayo de 2012

Algo tiene que cambiar para que todo siga igual

“Algo tiene que cambiar para que todo siga igual”. La frase es de “El Gatopardo”, la astronómica novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa que el director Luchino Visconti tuvo la osadía y el acierto de convertir en película en 1963. La obra se construye a base de los magistrales soliloquios (mediante epigramas como el que abre este texto) de Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina, encarnado en el filme por Burt Lancaster; reflexiones estructuradas, conducidas y aunadas gracias al engrudo de una lucidez tan diabólica como aleccionadora. El personaje, jaque de la rancia nobleza italiana, asiste al cambio social prendido a los vientos de la revolución garibaldina y reflexiona sobre el encaje en ellos de la vieja aristocracia a la que él representa; eran los momentos en que la burguesía se abría camino, marcando los estertores del Antiguo Régimen. La conclusión a la que llega el patricio es que, a la sazón, la lucha de los azulones debía centrarse en lograr que, aunque de forma subrepticia, el sistema siguiera bajo su control. Un control no ejercido de forma directa, sino mediante marionetas de las nuevas clases mercantiles, con las que los jóvenes nobles (encarnados en el filme por el sobrino del tiufado) se apresuraron a unirse mediante ventajosos matrimonios.

Estrategia de mimetismo
¿Y a qué demonios –se preguntará el lector- viene todo esto? Pues viene, porque la reflexión del noble de ficción sirve también como resumen y diagnóstico de la crisis socialdemócrata. Los que nos encuadramos en la familia izquierdista, característica de la democracia occidental, a mi entender, hemos tenido las mismas opciones que una familia de esquimales en Almería, a saber: o tornar el abrigo por unas bermudas, o volvernos cagando leches al Ártico. Lo que no es viable es ir de esquimal en las tórridas colinas sureñas. O bien nuestra ideología o bien el sistema tenían que cambiar. Al final se ha optado por travestirse y aceptar el sistema de derechas como si este formara parte del ADN occidental. Lo que no se ha previsto es lo obvio: que era el sistema el que no funcionaba. El Partido Socialista Obrero Español se ha dotado de las bermudas del liberalismo sólo para ver cómo, con la crisis, ha acabado nevando en el desierto. El chaparrón nos ha pillado disfrazados de neocons y ahí radica nuestra mayor tragedia: no se trata de perder escaños, sino de perder la fe, la vergüenza, la razón de ser. ¿Posibilismo? No, lo que ha tenido la familia socialdemócrata es ceguera. En muchos países europeos, España entre ellos, en vez de frenar el sistema de empacho en masa orquestado por el liberalismo económico, los gobiernos de izquierdas han preferido tirar de las mismas ubres demostrando una visión cobarde y cortoplacista, que, a la postre, lo que ha hecho es abocar a todo Occidente al desastre. De la derecha democristiana no podemos esperar más reacción que la de aceite de ricino, admoniciones maniqueas, populismo xenófobo y rezos periódicos a los santos de la economía. En ellos no habrá reflexión y se aferrarán al sistema como lo hicieron los soviéticos al suyo: y como ellos se hundirán, recalcitrantes como el capitán del Titanic. Porque, si, como se demostró en los 80, el comunismo era inviable, hoy nos damos cuenta de que el liberalismo también lo es. Inviable económica y moralmente y, lo que es peor, insostenible desde un punto de vista ecológico.

Ahora bien, ¿cómo no lo vemos claro desde la izquierda? En algún momento dado, el Orbe entero se derechizó; los estados retrocedieron frente a las multinacionales y los demiurgos de las finanzas jaquearon el sistema operativo. La estrategia socialdemócrata se basó en el mimetismo. Competir con la derecha derechizándose y con los nacionalismos étnicos, remozando el discurso con el invento del vasquismo. ¿Puede un vasco ser vasquista? ¿Puede ser un escocés escocesista? Así solo se logra que hedamos a complejos, a derrota, a descreimiento en nuestra propia forma de ser y sentir. Somos los indios con gorro tejano, los negros que se alisan el pelo y se clarean la piel y los gatitos que aúllan a la luna. No podemos competir con la derecha, sea española o vasca, con su propio discurso y en su propio terreno. Estamos viendo el resultado de semejante estrategia. El público no es idiota. La gente ha procesado que para hacer políticas de derechas será mejor un neocon que un socialista. Lo mismo que para pescar una trucha es mejor una caña que un revólver. Si de ser “más vasco” se trata, mejor los apóstoles de los ocho apellidos y el RH negativo que un vasco vasquista, que se queda en tierra de nadie, bajo las botas de los chicos de la super-raza, sea esta española de Guzmanes o vasca de Ibarretxes. Para visiones miopes del mundo ya está la carcunda de PeNuVeros y PePitos, que agitan los mismos avisperos con distintos colores. Y las cosas no mejoran si, como se ha venido haciendo, se hacen políticas de derechas intentando enmascararlas con gestos vacuos de populismo buenista, que además de ser caros e inútiles, son percibidos por muchos como un insulto a la inteligencia.

Falta de relevo generacional
Explicada la crisis de valores, creo el momento de abordar una circunstancia que, al parecer, ha sido pasada por alto: la falta de relevo generacional, que -según quien esto escribe- es debida al conflicto y la falta de entendimiento entre el poder socialista y las juventudes del electorado. Los antropólogos suelen decir que las revoluciones y los grandes cambios funcionan si se consigue convencer a los jóvenes de entre 20 y 35 años de que tal evolución es necesaria.


Así pasó en la Transición, cuando un movimiento liderado y sustentado por jóvenes se comprometió con un cambio necesario. Lo malo es que esa misma generación sigue en el poder. No han sabido o no han querido dejar el espacio a las nuevas generaciones. Y esto tiene su efecto, como se ha visto en los movimientos del 15-M. No cabe duda de que muchos jóvenes –la mayoría de izquierdas- dejaron de percibir a la cúpula de la socialdemocracia como representantes de sus valores. En aquel momento se fraguó un cambio que, no nos engañemos, afectó a las izquierdas y no a las derechas. Las acampadas de Sol, con un Zapatero todavía en el poder, evidenciaron la falta de conexión entre una troika envejecida y acomodada (sin importar su papel, su trabajo o el merecimiento de este acomodo) y la juventud española de izquierdas; y esto es una mala noticia si de cambiar algo se trata.

Todos sabemos –excepciones gloriosas a parte-, por lógica puñetera, que un joven sin trabajo ni propiedades, tiene más energía y menos miedo al cambio que un madurón con dos casas y dos coches, además de un trabajo que le roba casi todas las horas del día. No se trata de juzgar a las generaciones, cada una tiene su papel. Mucho menos a los individuos. Pero es un hecho evidente que, a día de hoy, la socialdemocracia en general y el PSOE en concreto, no han sabido sustentar un movimiento joven sino todo lo contrario: se enrocan en un liderazgo, ejercido masivamente (no en un caso concreto, lo que sería normal) por generaciones que ya no contactan con los nuevos tiempos representados por la juventud. Y el problema no es fácil de solucionar. Porque, si los venerables se creen imprescindibles, los alevines se han acomplejado y no se ven capaces (ni les interesa) de participar en política. La pescadilla, una vez más, se muerde la cola. Y así nos luce el pelo.

La crisis vista como oportunidad
Decía Jordi Pigem, doctor en Filosofía y autor del libro Buena crisis. Hacia un mundo posmaterialista: "Parto del término médico de crisis, que no es otra cosa que el momento crítico en el que una enfermedad empeora o mejora. La crisis puede ser una oportunidad de sanación". "Ahora toca cambio –añade-, y eso atañe a nuestra forma de relacionarnos con el mundo. Ni el egoísmo ni la codicia funcionan. La tendencia que está creciendo con más rapidez en estos momentos es la de la generosidad, se manifiesta en la banca ética, en la cantidad de ONG que funcionan en el mundo, en el comercio justo, en redes sociales preocupadas por compartir... Y todo se articula dentro de una visión del mundo en el que las personas no estamos por encima de la naturaleza. No se puede volver a donde estábamos porque no es sostenible".

Lo que viene a decir que vamos a cambiar nos guste o no, gracias al sistema más viejo y efectivo: a base de palos. La derecha también va a cambiar, pero, dada su proverbial incapacidad de mutación, lo hará cuando hayamos cruzado la línea de no retorno. Por eso, la izquierda es más necesaria que nunca. ¿Está en crisis la izquierda porque ya no tiene cabida? Nunca ha sido más necesaria. Sólo la izquierda puede frenar el suicidio obsceno y colectivo al que está abocada la humanidad. Sólo la izquierda puede liderar el movimiento verde, la integración intercultural, la ruta hacia una recuperación del papel de los Estados frente a los bancos.

En el caso concreto del partido socialista, creo que la pérdida del poder no sólo no es una mala noticia, sino que es la única posibilidad que nos queda de encontrar nuestro papel. Me comentó una vez un cubano que trabajaba en una granja de cocodrilos, que, para que estos no atacaran durante una exhibición ante turistas, había que tenerlos bien cebados. Empachados perdían toda voluntad de acción. Lo mismo se puede achacar al PSOE. Por eso creo que es una buena noticia que estemos otra vez en la calle, en el asfalto, con el populacho. Que es donde el socialismo siempre se ha sentido cómodo. Estamos en el bosque y somos lobos, aunque, eso sí, necesitaremos un tiempo para perder los michelines que la domesticación nos ha generado. Porque tenemos dos opciones. O nos tumbamos y morimos de inanición, o nos ponemos las pilas y nos vamos de caza.

Recuperar la juventud, recuperar la calle
Las crisis, decíamos, pueden ser oportunidades. Son termómetros que miden el nivel de fiebre del paciente. Con la crisis empezarán las reacciones de una ciudadanía poco proclive a al movimiento mientras la vaca da leche. Pero como ya no es el caso, la indignación, el sufrimiento y la desesperación van a menudear en nuestras calles. Y allí tendrá que estar el Partido Socialista. Porque hemos perdido las calles, que es de donde nunca debimos salir. Incluso los nazis (y la izquierda abertzale) lo entendieron. Los primeros repartían pan y daban esperanza a los alemanes en el durísimo periodo de entreguerras; el pueblo los vio como salvadores y subieron como la espuma. Los bildutarras siempre han trabajado sobre la juventud y ahora amenazan a un aburguesado y fofo PNV al que le está pasando lo mismo que a la familia socialista.

Por eso digo: estemos ahí, en la calle. Asesorando, escuchando y apoyando; a las personas que se queden sin casa, a los obreros en paro, a los ancianos, a los inmigrantes en estado de indefensión. Engrosemos (esto no puede esperar) el aparato y el activismo de las juventudes. Preparemos actos continuos y visibles y que la ciudadanía sepa que estamos ahí. Lideremos (no se trata de ya de gestos de cara a la galería) el moviendo verde y las políticas de sostenibilidad. Montemos saraos culturales, habilitemos espacios para los artistas, llevemos gente a todos los ámbitos de preocupación ciudadana. Ayudemos a la sociedad, no con dinero, sino con trabajo, ilusión y presencia. Acompañemos a la gente, sostengámosla. Ahora podemos, porque, perdido el poder, estamos otra vez en la calle. Ahora debemos porque se nos necesita; porque es nuestra obligación y porque, si no actuamos, lo harán otros y las alternativas -Bildu, el Frente Nacional de Marine Le Pen, etc.-, ya sabemos qué quieren y a dónde nos llevan. Ahora es el momento de que algo cambie para que todo siga igual, para que el socialismo recupere su papel. Ahora o nunca.



Escrito por Domingo Escandela


2 comentarios:

  1. Fantástico Escandela. Una vez más da en el blanco a la hora de diagnosticar la enfermedad y poner tratamiento. Y además con esa prosa lúcida que le caracteriza. Volvamos a la puta calle con los desfavorecidos y que los acomodados se queden en sus chalets de 800.000 euros

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